¿Serán los resultados de las elecciones regionales un “plebiscito” a Gustavo Petro, a un poco más de un año de su elección?
Hace un par de meses, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, convocó a los españoles a elecciones nacionales anticipadas luego de que en las autonómicas (las elecciones regionales, diríamos en Colombia) se impusieran con contundencia el Partido Popular y Vox, la oposición al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que él lidera.
“El sentido del voto traslada un mensaje que va más allá. Asumo en primera persona los resultados y creo necesario dar una respuesta y someter nuestro mandato a la voluntad popular”, dijo Sánchez al anticipar las elecciones nacionales.
Algunos miembros de la oposición colombiana quieren promover una lectura similar a la española, dando a entender que los resultados de las elecciones regionales serán un “plebiscito” a Gustavo Petro, a un poco más de un año de su elección, que pondrán en tela de juicio la legitimidad de la que puede gozar el primer mandatario hoy por hoy.
Pero, como ya lo advertía Héctor Riveros en una de sus columnas en La Silla Vacía: “normalmente el comportamiento electoral en estas elecciones (regionales) no está atado a la calificación al gobierno y esta vez no será la excepción. Cada contienda tiene su propia lógica”. Y aunque el Gobierno del Cambio, como se autodenomina el gobierno de Petro, tuviese más popularidad de la que goza a la fecha, sería difícil lograr que las dinámicas regionales se sintonicen con las emociones que lo llevaron al poder presidencial en 2022.
Quizá, en el único lugar de Colombia donde le cobren a Petro los errores de su gobierno, sea en la capital del país. Aunque ya de por sí era difícil que un candidato gobiernista como Gustavo Bolívar, poco técnico y sin dotes de administrador, se quedara con el segundo cargo más importante del país -pues con él se teme por la continuidad de proyectos como el Metro-, las dimensiones de su derrota serán las únicas que realmente podrán dolerle a Petro de forma directa.
En Bogotá, la tendencia de los últimos años privilegia a los gobiernos alternativos y distancia a los gobiernos uribistas o de derecha del poder, considerándose a Enrique Peñalosa como el único de los más recientes alcaldes con mayores cercanías, que no al uribismo, sino a la política tradicional. La capital, en 30 años, ha tenido un voto de opinión y de izquierda que ha significado un bastión para los movimientos independientes y progresistas. Incluso, la corrupción en el gobierno de Samuel Moreno (Polo Democrático) no impidió que Gustavo Petro llegara a ser alcalde de los bogotanos en 2012, inmediatamente después del escándalo. Por eso, el único termómetro de Petro, y bastante parcial, es la Capital.
En Medellín, el desgaste de Daniel Quintero, actual alcalde, es propio y no se le puede adjudicar a Petro a pesar de la cercanía que pueda existir entre ambos. El gobierno de Quintero, con serios cuestionamientos de corrupción en programas emblemáticos para la ciudad como Buen Comienzo (primera infancia), así como el resquebrajamiento de la triada Universidad – Empresa – Estado, que tanta fuerza había significado para la capital antioqueña, le está dejando en bandeja de plata la Alcaldía a un viejo conocido, Federico Gutiérrez, quien ya había sido alcalde en el periodo inmediatamente anterior.
Ni las fuerzas de centro, desunidas, ni el heredero de la actual administración de Quintero, Juan Carlos Upegui, tendrán muchas chances. Aunque Gutiérrez, quien representa a diferentes sectores de derecha, quizá no tenga una victoria tan holgada como la que reflejan las encuestas.
La caída de Quintero en Medellín es, pues, el resultado de su propia mano y no puede ser relacionado con Petro, más allá de las coincidencias de ambos. La única que puede sufrir con la victoria de Federico Gutiérrez es la misma ciudad, pues es probable que quien fuera uno de los contrincantes de Petro en las pasadas elecciones presidenciales, use su posición para promover un discurso anti-petro desde la capital de los antioqueños que bloquee a Medellín en la conversación nacional y promueva indirectamente el discurso federalista y hasta independentista que está tomando fuerza, poco a poco, en la región.
En Cartagena, luego de un gobierno atípico con un alcalde distinto y dicharachero como William Dau, parece que el exgobernador del departamento en el periodo 2016 – 2019, Dumek Turbay, cercano a los partidos tradicionales y quien se lanza con el aval de En Marcha y Nuevo Liberalismo, sea quien se quede con la Alcaldía.
La irrupción de Judith Pinedo, conocida como ‘Maríamulata’ y lideresa asociada al centro político, quien fuera alcaldesa en 2008 e injustamente condenada y separada del cargo, será el mejor contrapeso al exgobernador en las elecciones. Es Pinedo, además, un liderazgo femenino relevante y con opción de poder, algo que no sucede en los dos anteriores casos donde solo hombres compiten por las administraciones.
En Barranquilla, los Char seguirán controlando la ciudad, lo que refleja una realidad de la política regional colombiana: las familias políticas, con poder económico en sus regiones, se mantienen o eventualmente se turnan el poder, con muy eventuales contrapesos. En la realidad regional, hay ciertas elecciones que ya están ganadas con solo saber los nombres de los candidatos. No hay escrúpulos. No hay dudas. Las tradiciones y las transacciones ya están montadas y difícilmente se desajustan.
En Cali, el empresario del chance, Roberto Ortiz “Chontico” lidera las encuestas y su candidatura refleja otra de las dinámicas regionales. Él siempre ha estado vinculado al liberalismo, pero también ha recibido avales del Centro Democrático. Así se demuestra que en las disputas regionales, el poder significa: cargos y manejo de recursos. A los partidos tradicionales puede no importarles mucho el nombre de quien lidere, siempre y cuando no pierdan su “tajada”. Y parece que Roberto asegura eso a los poderes tradicionales, igual que Dumek en Cartagena. Los contrapesos a “el Chontico”, en Cali, serán Alejandro Eder, representante del centro, y Miyerlandi Torres, quien fuera secretaria de salud del actual gobierno local.
Así pues, la disputa del poder en las principales ciudades de Colombia, salvo el caso de Bogotá, poco tienen que ver con un balance a la gestión de Petro, quien además se ha caracterizado por tener una fuerza política muy ligada a sí mismo e incapaz hasta ahora de promover y consolidar liderazgos paralelos. El carácter mesiánico del Pacto Histórico, no ha logrado lo que sí hizo Álvaro Uribe en su momento, al derramar bendiciones y avales que se convertían en respaldos determinantes para diferentes elecciones, con liderazgos regionales reconocidos.
El petrismo, cada vez más encerrado en sí mismo, no se juega la legitimidad de su gobierno en estas elecciones. Sí se juega, en contraste, el legado que dejará su gobierno, sobre todo con la forma en cómo empezará a establecer contactos, diálogos y relaciones, con los nuevos gobernantes locales, para trabajar por llevar ese cambio por el que votaron los colombianos y que todavía no se ve claramente… y menos en las regiones. Y es ahí donde debería concentrar su energía Petro, y no en los votos a su movimiento.
Por supuesto, sería más fácil trabajar con adeptos, pero es poco realista que esto pase en un país cuyas dinámicas regionales dependen de gamonales y poderes locales, como ya vimos. Al Gobierno del Cambio le toca parecerse más a lo que era al inicio de su mandato, con voluntad de diálogo y cambios graduales y sostenibles, que a la postura encerrada y sectaria que está teniendo hoy. Allí se juega su legado y las posibilidades de no entregarle el poder a una ultraderecha que derrumbe lo poco que logre hasta el 2026. En eso sí correríamos el riesgo de parecernos al escenario inicial de España.
Nota de cierre: las elecciones en las gobernaciones tienen una dinámica muy distinta y asociada a los partidos tradicionales. Por eso, no son objeto de análisis de esta columna en particular. En un año, Petro no lograría cambiar esto, por muy bien que fuera su gobierno.
Fotografía: Infopresidencia.