Recientemente tuve la oportunidad de recorrer San Cristóbal, más allá de su Parque Biblioteca y su cabecera corregimental. Los llamados de atención que escuché de la comunidad son muchos, aunque su eco es poco, porque los problemas de la centralidad siempre dominan la agenda pública.
Desde lo alto de las montañas que rodean el Valle del Aburrá, Medellín se ve diferente. Distante está el caos de un centro convulsionado por el irrespeto de todas las normas posibles; el crecimiento urbano descontrolado y desordenado se hace diminuto ante la belleza de lo macro, ante la imponencia de las construcciones características de la capital antioqueña; el aire se respira diferente y se puede sentir lo que se dice en el coro del himno antioqueño.
¡Oh libertad que perfumas
las montañas de mi tierra
deja que aspiren mis hijos
tus olorosas esencias!
Lo que poco asimilamos los citadinos, es que en las montañas que rodean el Valle del Aburrá también habita Medellín… una Ciudad rural que pasa desapercibida para muchos; una Medellín campesina, desconocida, a la cual solo nos acercamos a veces con la curiosidad de lo “exótico” en los populares Mercados Campesinos. Sabemos de Santa Elena por la Feria de las Flores y el desfile de silleteros, pero los corregimientos de San Antonio de Prado, San Cristóbal, San Sebastián de Palmitas y Altavista, aún tienen un velo que los hace imperceptibles, distantes y hasta independientes.
Recientemente tuve la oportunidad de recorrer San Cristóbal, más allá de su Parque Biblioteca y su cabecera corregimental. Los llamados de atención que escuché de la comunidad son muchos, aunque su eco es poco, porque los problemas de la centralidad siempre dominan la agenda pública.
Por ejemplo, me encontré con una vereda llamada El Carmelo, conocida por algunos de los pobladores como la vereda de las antenas, por la alta presencia de antenas repetidoras que diferentes cadenas radiales y compañías de telefonía han instalado en este lugar.
Aunque estas antenas han posibilitado a los pobladores una de las mejores condiciones económicas del corregimiento, existe preocupación respecto a la afectación que podría ocasionarse a mujeres en embarazo, niños y adolescentes con la radiación electromagnética; incluso, los pobladores mencionan algunos casos puntuales que merecen ser estudiados por la Secretaría de Salud. El problema: ¿cuál Secretaría de Salud si El Carmelo es una vereda compartida por Medellín y Bello? Pues, hasta el momento, Medellín es quien responde en mayor medida por toda esta población. La administración de Bello, según los pobladores, se limita a cobrar los impuestos.
Para exponer otro caso puntual, la vereda El Carmelo tiene una carretera de ingreso en malas condiciones la cual no puede ser pavimentada por Medellín porque no está en su territorio, y en la que Bello no invierte recursos porque, según sus pobladores, esta administración considera que corresponde a una vía privada. ¡La pelota va de un lado a otro y los goles se los meten a los campesinos que siempre pierden por goleada!
También conocí la vereda El Yolombo que a pesar de su cercanía geográfica con El Carmelo no tienen una vía de interconexión veredal, por lo que para ir de un lugar a otro se precisa volver a la carretera principal y subir por lomas que se hacen infranqueables para algunos vehículos. Allí también, los líderes comunitarios afirman que los terrenos que hace unos años cedieron a la Alcaldía para la construcción de la escuela pública de la vereda, hoy parecen territorio de privados porque no les permiten acceder a este espacio a sostener reuniones o a realizar actividades, ante la falta de una sede social.
La Ilusión, San José de la Montaña, La Cuchilla –esta última con su reconocido Museo Vivo de las Flores–, fueron algunas de las veredas que también recorrí y en las que “como si se hubieran puesto de acuerdo”, escuché el mismo llamado: hacen falta políticas claras para proteger a los campesinos de Medellín y ofrecerles oportunidades que le den valor agregado a sus productos. Y cuando escuchan “Umata” (que son las Unidades Municipales de Asistencia Técnica), empiezan a escucharse los quejidos y resoplos que muestran la desconexión de esta unidad con la realidad del campesino.
Por esta razón, la comunidad del corregimiento San Cristóbal se unió en torno a un proyecto que, consideran, puede cambiar sustancialmente su posición actual, en la que los pequeños productores tienen que, literalmente, botar sus cosechas a la carretera. Se trata de un Centro de Acopio que permita la venta directa de los productos campesinos, especialmente para ser distribuidos en Medellín y Urabá.
Aunque para este proyecto se priorizaron recursos en las Jornadas de Vida y Equidad, hasta el momento no se tienen mayores avances y los campesinos temen que el dinero se diluya, otra vez, en capacitaciones que sí, son importantes, pero que no atienden el problema estructural de esta comunidad.
Ante todos estos llamados, conviene que Medellín, con sus pretensiones modernas de convertirse en un referente latinoamericano de ciencia, tecnología e innovación, no se olvide de lo fundamental ni descuide sus raíces campesinas y montañeras. Más que metrópolis, construyámonos primero como Ciudad rural, equitativa e integradora.
Como diría, jocosamente, un campesino durante este recorrido: “los computadores no dan comida”.
¡Valoremos nuestro campo que es mucho más que un mirador para jactarnos de nuestro “progreso”!
Una versión acortada de esta columna fue publicada en el periódico El Mundo el 26 de marzo de 2015.