Recorría la ciudad en un taxi conducido por un hombre –tal vez cercano a los cincuenta años–, tosco en su trato y más bien atravesado en su manera de manejar por las calles. En uno de esos cambios de carriles inesperados, miró por uno de sus retrovisores laterales y, con desprecio, pronunció la siguiente frase: “¡negro tenía que ser!”, refiriéndose al conductor de un camión que iba detrás de nosotros. Quedé atónito y no quería más que bajarme de ese vehículo pronto.
¡Cuán violentos somos con nuestras palabras! Tantas son las expresiones que popularmente usamos, que tenemos todo un amplio refranero para ejemplificar cómo nuestro lenguaje es el vehículo de legitimación de problemáticas sociales que van desde el racismo, pasan por la discriminación y llegan a la violencia de género.
“Con razón, es que la que va manejando es mujer”; “¡uy! ese ‘man’ es más dañado que agua de florero”; o “porque te quiero te ‘aporrio’” son frases populares y de uso común que demuestran que tenemos unas representaciones colectivas que nos ponen de manifiesto que culturalmente estamos cargados de prejuicios, descalificaciones y formas de la agresión.
Sí, agresión. Porque a veces suponemos erradamente que la única forma de agredir es la violencia física y pasamos por alto que en nuestras relaciones, desde la palabra, podemos provocar duros impactos en la salud mental del otro. Conviene citar a Richard Burton cuando menciona que “una palabra hiere más profundamente que una espada”. Claro, las palabras no sacan morados o chichones, pero sí provocan heridas, hondas, en el espacio de las emociones y los sentimientos, que también son muy difíciles de sanar.
Vamos más allá, si nos situamos en el actual contexto nacional, podríamos decir que parte de nuestra inmadurez como sociedad se revela al creer que la paz está en los acuerdos de La Habana, cuando nosotros, en nuestra cotidianidad, en la convivencia en el hogar, en nuestros debates sobre temas políticos, ante esa búsqueda permanente de tener la razón, manifestamos nuestras palabras desde el odio y la violencia, con más intenciones de imponer que de argumentar.
Los mismos periodistas tampoco contribuimos mucho a desarmar las palabras, en tanto somos un claro ejemplo en el uso del lenguaje de un modo incendiario, impreciso, que atiza odios.
Hoy, 23 de abril, día del idioma, conviene reflexionar sobre la forma en como nos estamos expresando, sobre la forma en como estamos usando las palabras, e incluso, a veces más que las palabras “es el tonito” con el que la estamos diciendo. En este día, la invitación es a desarmar las palabras para convertirla en un vehículo de inclusión, respeto y amor. “Cambiemos nuestras conversaciones y crearemos un mundo distinto”, resume el filósofo chileno Humberto Maturana.
Nota de cierre: la reglamentación de la eutanasia en Colombia representa un avance importante en la búsqueda de una sociedad liberal, consciente del valor de la libertad del individuo que, a voluntad y con responsabilidad de sus actos, decide morir dignamente. Un legado más del Maestro Carlos Gaviria Díaz, que tanto pensó en la decencia y la dignidad humana.
Columna publicada originalmente en el periódico El Mundo de Medellín, el 23 de abril de 2015.