Un joven se sienta en cuclillas, aferra sus manos a las rejas azules –que apenas y le dejan espacio para meter un dedo entre cada resquicio– y fija su mirada en un pequeño cerro pelado, iluminado por el sol de la mañana. Su mirada, sentí, era el reflejo de la nostalgia por la libertad perdida. Estamos en una de las aulas del Complejo Carcelario y Penitenciario El Pedregal de Medellín.
Visité la cárcel con un grupo de compañeros para facilitar un taller con los reclusos. Al entrar, uno de los guardias del INPEC nos preguntó: “¿ingresan armas?…”, la respuesta obvia fueron las risas. Luego, cuando saludábamos a uno de los reclusos que ha asistido a las sesiones de conversación, nos recibió con un: “¡están como en su casa!” y soltó una carcajada contagiosa. Otros de los presos, ajenos al proceso, nos miraban y decían: “¿estos son nuevos internos o qué?…” y se reían entre ellos. Por supuesto, el humor se convierte en un paliativo ante la agonía de vivir encerrado, vigilado, irónicamente solo en medio del hacinamiento.
Cárceles y hospitales son lugares a los que muchos de nosotros preferimos no ir y mucho menos a quedarnos una temporada, pero eso sí, son espacios a los que ninguno estamos exentos de llegar. Para quienes creemos en las energías que se viven en los ambientes, en la cárcel El Pedregal, al menos en sus zonas de ingreso y en su sector educativo, se siente el peso de la tristeza, el miedo, la venganza, la frustración y el arrepentimiento. Por supuesto, la testosterona también se alborota al ver una mujer y cualquier curva se convierte en un deleite para la vista, en un objeto deseable.
En el camino al piso de “educativas”, al subir por las escaleras, resaltan unas gotas de sangre, ya secas, en un escenario en el que el único color es un gris que causa depresión y un azul que impone orden. Recientemente, me cuentan, robaron a uno de los reclusos en estas escaleras, no dinero porque en la cárcel no se negocia con esto, sino una camándula y otros objetos personales. Quien me cuenta la historia saca de su bolsillo un reloj al que le quitó la correa. Es mejor así, que no esté visible, para no despertar el instinto que tiene a más de uno tras las rejas.
En alguna pared se ve “ACCU” rayado con algún objeto afilado. En la silla del aula está escrito con marcador negro “FARC EP”, en otra “Calatrava” y en otra “Bello”. Los diferentes bandos, los contrarios, los que buscaban matarse, hoy comparten el mismo piso y probablemente hasta la misma celda. Es irónico esto, si consideramos que afuera de estas celdas todavía creemos que Colombia, todo un país de un poco más de un millón de kilómetros cuadrados, no es suficiente para todos los que la habitamos y que algunos deberían irse para Venezuela o Cuba, otros para el infierno y otros más para las calles, a pedir limosnas, porque sus tierras valen más que ellos mismos y sus derechos.
Los internos no pueden ser entrevistados. El INPEC otorga un permiso para que ellos puedan expresarse a los periodistas. No solo pierden la libertad, sino también su voz pública. Uno de ellos se acerca a mí con interés al saber que soy periodista. Me dice que le gustaría contar muchas cosas, decir que hay un estigma que recae sobre las personas que están en la cárcel, que les gustaría salir de allí y poder rehacer sus pasos. Saben que es difícil que la sociedad restablezca su confianza en ellos.
Al fondo del aula se ve la imagen de una Virgen María, protagonista en esta cárcel en la que así se resalta el amor supremo a la madre –tan propio en nuestra cultura–, junto al mensaje: “si yo alguna vez pierdo las esperanzas, ayúdame a recordar que tus planes son mejores que los míos”. ¿Será que la fe es lo único que le queda a un recluso o a un expresidiario?
Nota de cierre: deplorable que los sacerdotes, líderes espirituales de las comunidades, participen abiertamente en política y hagan campaña con los feligreses para votar por un candidato o partido. Sucedió el pasado fin de semana en la parroquia Nuestro Amigo Jesús de Bello, donde el templo se convirtió en discoteca al ritmo de chucu-chucu, invitando a votar por el conservatismo. Nada nuevo, pero sigue siendo igual de indignante…
Columna publicada originalmente el 10 de septiembre de 2015 en el periódico El Mundo de Medellín.