Ahí, en la porción de terreno donde los partidos políticos tradicionales han minado la confianza de los ciudadanos con sus escándalos de corrupción, sus vergonzosos avales y su interpretación de la política como un negocio, algunos han decidido sembrar esperanza –o fingir que lo hacen– para vencer esa “vieja política” de caciques y varones, de “cómo voy yo” y de maquinarias electoreras.
A esas nuevas agrupaciones, que emergen como alternativas al bipartidismo tradicional, se les puede denominar: “partidos movimientistas”. Estos colectivos, en muchos casos, tienen la singularidad de depender fuertemente de una figura de liderazgo que, por lo regular, es la fundadora del movimiento y por lo tanto, la inspiradora del sentir que congrega al colectivo.
Sin embargo, es esta característica uno de los némesis de los “movimientistas”, pues sus líderes tienden a manifestarse como figuras totalitarias e indispensables que dictan el rumbo a seguir, establecen y legitiman las normas internas, y además actúan como agrupadores del conjunto. Son la cohesión y la guía, la legislación y el juez. En resumen, son todo.
Además, al depender de un solo individuo, no hay una perspectiva ideológica clara más allá de seguir los pensamientos del líder. Esto hace que, por ejemplo, en época de elecciones, sustenten sus estrategias publicitarias basadas en “creer”, “poder” o “ilusionarse”, porque los “movimientistas” ofrecen más sensaciones que soluciones concretas. Buscan agradar a la mayoría y por eso, atraen votantes aludiendo a los consensos sociales amplios como el derecho a la educación, a la salud o, sobre todo en nuestro caso, a la importancia de la seguridad y la necesidad de que el gobernante lo asuma como reto número 1 de su gestión.
Aunque esta nueva forma de hacer política a partir de firmas y movimientos ciudadanos parezca contemporánea, innovadora y fresca, la verdad es que solo refleja un sistema organizativo inmaduro, en ocasiones hasta improvisado, y en detrimento de las ideologías… en un mundo que parece desechar la idea de encasillarse en un espectro del pensamiento, prefiriendo correr el riesgo de la incoherencia y de la falta de claridad.
Los “movimientistas” actuales tienen tendencia a lo efímero, pues sus bases son un individuo, un momento histórico, un discurso y el mercadeo. Aún así, son una respuesta legítima –e imperfecta, por supuesto– a un tiempo en el que los partidos, supuestamente maduros, organizados y descentralizados, solo representan intereses particulares y, por momentos, parecieran confirmar aquella aciaga frase de que la corrupción es inherente al ser humano.
Estos nuevos movimientos, interesantes y valiosos para la democracia, deben evolucionar en descentralización del liderazgo y en concreción ideológica. Solo así podrán convertirse en verdaderas respuestas políticas a las realidades de nuestra sociedad y no en simples escampaderos para mercadear con la “independencia” y así aprovecharse de la crisis de legitimidad de los partidos políticos. Al menos con estos últimos los ciudadanos sabemos a qué nos atenemos.
Nota de cierre: ¡feliz navidad! Que estas fiestas sean la oportunidad de compartir en familia, disfrutar con moderación y decirle no a la pólvora.
Columna publicada originalmente el 17 de diciembre de 2015 en el periódico El Mundo de Medellín.