Columna en homenaje a todas las víctimas de violencia por homofobia.
Eran las primeras horas de una noche de hace ya algunos años, cuando caminaba cerca del Museo de Antioquia y presencié una escena grotesca, violenta, que me impactó al punto de ser el recuerdo más fuerte que tengo de este lugar de la ciudad.
Una mujer, sentada en una esquina del museo, practicaba una felación a un hombre que rápidamente procedió a entregarle un billete. La escena no fue interrumpida por nadie y hasta parecía parte de un paisaje cotidiano. Incluso, al comentar lo que vi con algunos amigos, ellos calificaron el hecho como “normal”, aunque yo nunca pude estar de acuerdo con ese adjetivo.
En este mismo lugar de la ciudad, hace algunas semanas y como parte de una campaña digital, se realizó un experimento social para explorar las reacciones de los transeúntes de la Plaza Botero ante un beso de dos hombres. En video quedó registrada la actitud de un policía que se acercó a la escena, con actitud amenazante y bolillo en mano, para frenar este hecho que consideró contra natura y, por lo tanto, merecedor de ser interrumpido y prohibido.
Si bien estas dos escenas ocurrieron en momentos diferentes, sirven como reflejo de una actitud común en nosotros, los seres humanos: somos tolerantes y admitimos solo aquello que nos parece “normal”, “cotidiano” o “común”, aunque sea injusto, mientras que somos proclives a condenar aquello que es diferente o poco común, y que calificamos como “raro”.
La prostitución, un oficio proclive a tantas vulneraciones contra los derechos de las mujeres, incluso contra menores de edad, está tan normalizado en nuestra sociedad que interpretamos como normal una felación realizada y pagada en vía pública, el turismo sexual por el que la ciudad es tan conocida o incluso, el abuso de niñas menores de edad.
Sin embargo la homosexualidad, que solo representa las preferencias de una persona, ha sido tradicionalmente tan reprimida y condenada que se entiende como una enfermedad o hasta como un delito, aun cuando la legislación nacional y los tratados internacionales, avanzan en el reconocimiento de derechos como la adopción o el matrimonio igualitario.
Sin embargo, son tantos los prejuicios sociales que aún prevalecen frente a la comunidad LGTBI que se hace imperante que desde el Estado se procuren iniciativas que propicien cambios culturales, que luchen contra la discriminación y la homofobia.
Y no solo eso, también hacen falta más besos entre parejas homosexuales en espacios públicos; más personas del mismo sexo cogidas de la mano en la calle; más manifestaciones de amor valiente que conviertan en cotidiano lo que seguimos viendo como extraño.
Por supuesto, no debe ser nada fácil y por eso resulta indispensable una actuación competente de las autoridades policiales e incluso civiles, de modo que sean garantes de la ley y no reflejo de esas conductas discriminatorias y violentas que se preservan en nuestra sociedad.
Nota de cierre: mientras escribía esta columna una persona muy cercana a mí, curiosamente sin saber lo que yo hacía, dijo que prefería ver una pareja de hombre y mujer teniendo sexo en la calle que a dos mujeres besándose. Por tanto, la lucha contra la homofobia, contra los prejuicios y la discriminación, es una tarea que todos podemos cumplir con nuestros allegados y amigos, de modo que un beso consensuado entre dos personas no sea más que una manifestación de pasión y amor.
Columna publicada originalmente el 16 de junio de 2016 en el periódico El Mundo.
Fotografía: Johnatan Clavijo – Manifestación del orgullo LGBT en Madrid (más fotos).