Colombia aún no está en paz. Es una pena ir en contravía de la ilusión manifestada en decenas de etiquetas utilizadas en las redes sociales o en discursos políticos, sin duda históricos, pero que no reflejan las realidades conflictivas de nuestro país. Estoy seguro de que no estoy diciendo nada nuevo al afirmar que aún no nos ha llegado la hora de vivir sin guerra.
Y no nos ha llegado esa tan anhelada hora porque un expresidente, hoy Senador de la República, es capaz de desearle públicamente a Venezuela la existencia de paramilitares “a ver si salimos rápido de Maduro y esa tiranía”, desconociendo el dolor que estos grupos armados ilegales le ocasionaron –y le siguen ocasionando– a nuestro país.
No estamos en paz, tampoco, porque un secretario privado de la Alcaldía de Medellín, al compartir la noticia sobre la muerte de un asaltante, comenta con revanchismo y violencia: “para que sepan que cuando salen a ‘trabajar’ ya no es seguro que vuelvan a casa: dado de baja por Policía cuando robaba. No nos vamos a dejar. La lucha contra los criminales es cierta y de frente”.
Así la esperanza nos embriague, somos oficialmente el país con más desplazados internos en el mundo según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Y seguiremos en guerra mientras este problema humanitario siga estando en un segundo plano y, también, mientras exista tanto “avispado” que se declara desplazado sin serlo, solo para obtener gabelas y beneficios particulares.
Tristemente, la violencia sigue igual de viva mientras un ciudadano cualquiera no pueda transitar libremente con sus pertenencias sin el temor de ser asaltado e incluso, agredido por inescrupulosos que persiguen su bienestar de cuenta de lo ajeno.
Tampoco existirá paz en un país donde sus representantes políticos en el Congreso son el ejemplo de la inequidad, obteniendo un incremento del salario superior al del resto de los trabajadores colombianos y, además, cobrando mensualmente cerca de 28 millones de pesos.
No hemos pasado la página de la guerra en este país mientras siga existiendo el ELN, los reductos del EPL, las Bandas Criminales, los grupos delincuenciales organizados, los narcotraficantes, los asesinos a sueldo, los extorsionistas, los ladrones de cuello blanco o los que, de avispados, roban las arcas públicas de una y mil maneras, mientras miles mueren de hambre esperando unas ayudas estatales que nunca llegan.
Apreciado lector, no habrá paz en Colombia hasta el día en que Usted y yo no seamos capaces de comprometernos realmente con ella y, por lo tanto, con la construcción de una sociedad más justa.
Más allá de la paz de Santos, de Uribe o de las Farc, ¿cuál es su aporte para una verdadera paz de Colombia?
Nota de cierre: que la esperanza por terminar el conflicto armado con la guerrilla de las Farc no nos nuble el juicio para observar las injusticias que persisten más allá de las acciones de ese enemigo público número 1 que está a punto de desaparecer. Por el contrario, que sirvan de aliento y compromiso para construir lo mucho que nos falta por hacer.
Columna publicada originalmente en el periódico El Mundo el 30 de junio de 2016.
Imagen: «Paz» de Débora Arango. Flickr: MAMM