Lejos quedó la imagen de la Unión Europea como referente mundial de integración, gobierno común y derechos humanos.

Lejos, también, se vislumbra ese premio Nobel de la paz de 2012 otorgado por el comité noruego en reconocimiento a seis décadas dedicadas al “avance de la paz y reconciliación, la democracia y los derechos humanos en Europa”.

Hoy, la Unión Europea como institución es sinónimo de incertidumbre, de crisis y de actuaciones cuestionables relacionadas con el manejo de la crisis de los refugiados. Sin ir muy lejos, las consecuencias del Brexit ya se ven reflejadas en una moneda que ha depreciado su valor y en peores calificaciones de riesgo por parte de agencias como Standard & Poor’s.

En Francia, las sirenas son el sonido permanente de las calles parisinas donde los trabajadores protestan por un reforma laboral impuesta a fuerza de decreto. En España, el tira y afloje de unos partidos políticos que parecen incapaces de lograr acuerdos, mantienen a un gobierno en funciones desde hace más de seis meses, mientras que los españoles siguen esperando reformas que garanticen la recuperación de una crisis que parece lejana pero no lo está tanto. En Austria, anulan la segunda vuelta de las elecciones por irregularidades en el proceso electoral y el fantasma de un gobierno de ultraderecha revive en el país que vio nacer a Adolf Hitler.

Los refugiados y su drama humanitario que hace solo algunas semanas ocupaban todas las portadas de los periódicos, hoy parecen un mal recuerdo de un pasado superado o mucho menos importante después de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Ahora corresponde mirar hacia adentro y no hacia fuera, parece el mensaje de los antes llamados “veintiocho”, próximos a ser conocidos como los “veintisiete”.

Las instituciones europeas tienen el reto de volver a mirar hacia sus orígenes y de cuestionarse sobre sus propósitos y sus resultados, sobre todo cuando el ejemplo del Brexit disparó las pretensiones radicales de algunos. Ahora, por ejemplo, cobra fuerza un posible Nexit (salida de Holanda del grupo comunitario), después de que un sondeo revelara que al menos un 54% de los holandeses estarían de acuerdo con realizar un referéndum como el del Reino Unido y de este grupo, un 48% votaría a favor de abandonar la UE.

Recuerdo que al hablar con un colega español sobre la integración de los países de la Unión Europea, él me comentaba que los ciudadanos de a pie no son muy conscientes de para qué sirve la UE y que, escasamente, los intercambios estudiantiles conocidos como Erasmus son una de las pocas acciones concretas y sostenidas en el tiempo que sí pueden hablar de una verdadera integración entre los europeos.

Esta es la Unión Europea de hoy: sin un liderazgo sólido de Bruselas, próximamente y de forma oficial sin Reino Unido, y sin ciudadanos europeos conscientes de la importancia de una actuación integrada de sus países, ya no solo para el futuro de su continente, sino para el de la humanidad misma.

Que esta crisis se convierta en una oportunidad, e incluso, en un ejemplo para las otras regiones del mundo que dan pasos hacia la integración, como es el caso de nuestra Latinoamérica.

Nota de cierre: quien fuera el superministro de Santos es hoy el nuevo Fiscal General de la Nación. ¡Enhorabuena por la división de poderes!

Columna publicada originalmente en el periódico El Mundo el 14 de julio de 2016.

Fotografía: Río Tíber y Roma desde el Castillo Sant’Angelo.