“Son guardianas de un conocimiento ancestral, autoras y artesanas de un accesorio característico de la cultura campesina del centro del país”.
Mueven sus manos ágilmente mientras tejen una tradición en peligro. Con sus labios y su boca humedecen la iraca, que es el insumo principal de sus obras. La mayoría de ellas, mujeres adultas mayores, sienten el cansancio en sus espaldas, los dolores en sus extremidades y el ardor en los ojos como consecuencia no solo de la edad, sino también de la dedicación que desde muy pequeñas han tenido al oficio que han recibido como herencia de sus familiares.
Son guardianas de un conocimiento ancestral, autoras y artesanas de un accesorio característico de la cultura campesina del centro del país. Son las tejedoras del típico sombrero aguadeño que en el exterior e incluso, en algunas de las principales ciudades del país, se puede comercializar por valores que superan los doscientos mil pesos. Sin embargo ellas, sus artesanas creadoras, no recibirán más de un 30% de ese valor final… como mucho.
Hace un poco más de dos años conocí a Rubiela Ramírez, tejedora aguadeña. Ella –que se siente orgullosa de su arte y de que le pregunten si sus tejidos son hechos a máquina cuando lo único que usa son sus dedos–, puede hacer hasta dos sombreros por semana, los cuales puede vender entre $15.000 y $30.000 cada uno, dependiendo de la calidad que haya logrado en su tejido. El costo de la iraca que utiliza para un solo sombrero es de $5.000, lo cual revela que la ganancia, con relación al tiempo de trabajo invertido y al esfuerzo, es minúscula.
Además, la entrada al mercado de un modelo de sombrero similar, hecho en china con materiales sintéticos y vendido a muy bajo costo, también ha conseguido desplazar las compras de algunos turistas que tiran por la economía para adquirir un accesorio que usarán muy de vez en cuando.
Con los problemas económicos del oficio, el auge de las nuevas tecnologías y las actuales aspiraciones de las nuevas generaciones, son muy pocos los que han querido recibir como herencia de sus abuelas o madres el conocimiento del tejido de la iraca y de la construcción del sombrero aguadeño. En el municipio caldense, según cuentas de Luis Fernando Arias, responsable de la oficina de turismo de Aguadas, han llegado a existir cerca de 8000 tejedoras; hoy hay cerca de 750 personas dedicadas a tejer sombreros de iraca.
En un mundo donde el saber artesano está siendo relegado por la producción en masa, conviene que las entidades estatales encargadas de la promoción cultural y de la protección de los saberes ancestrales y artesanales, jueguen un papel determinante en la consolidación de acciones que fortalezcan estas tradiciones en el ámbito local y que contribuyan con su divulgación en escenarios internacionales, como parte de la construcción de la tan mencionada marca país.
El pasado domingo 13 de noviembre, organizaciones de la sociedad civil lideraron el primer desfile de las tejedoras y artesanos con olor a iraca en Aguadas, Caldas, con el propósito de reconocer y exaltar esta labor tradicional. Es indispensable que las autoridades culturales jueguen un papel relevante desde ahora y en próximos años, de modo que el desfile sea solo un momento dentro de toda una serie de acciones tejidas, articuladas, que contribuyan al rescate de esta tradición en peligro.
Nota de cierre: el pasado 11 de noviembre se cumplieron 28 años de la masacre de Segovia, Antioquia, en la que fueron asesinadas 46 personas, según cifras oficiales. Varios de los miembros de la fuerza pública involucrados en estos hechos, por acción o por omisión, no confesaron la verdad y tampoco pagaron cárcel por sus actos. Y lo que más duele es que Segovia sigue siendo un municipio olvidado por el Estado. ¿Hasta cuándo?
Columna publicada originalmente en el periódico El Mundo, el 17 de noviembre de 2016.
Fotografía: tejedora de Aguadas por Johnatan Clavijo