El pasado domingo 15 de noviembre cientos de personas en luto por los atentados ocurridos dos días antes, congregadas en la Plaza de la República, en París, Francia, fueron víctimas del estallido de una bombilla, de acuerdo con el diario Le Parisien. La explosión de la luminaria provocó la reacción defensiva de un policía, lo que a su vez ocasionó un pánico colectivo que desencadenó en una estampida que, por fortuna, no culminó con muertos o heridos de gravedad.
Un hecho similar ocurrió el domingo 13 de noviembre de 1988, cuando en Segovia, Antioquia, una procesión salía de la iglesia principal con 37 ataúdes a cuesta. La multitudinaria marcha, de dolor y rechazo a la masacre ocurrida dos días antes en este municipio, fue disuadida cuando las tamboras sonaron para tocar la marcha fúnebre. El pavor colectivo frente a un nuevo hecho de violencia hizo que la gente confundiera el instrumento musical con una explosión y que, por lo tanto, se ocasionara una estampida que dejó zapatos y féretros en el suelo, con algunos heridos.
Atentados como los ocurridos en Paris el viernes 13 de noviembre de 2015 y como la masacre de Segovia del 11 de noviembre de 1988, son actos que, por dispares que parezcan –y lo son–, se asemejan en su propósito que no solo es el de ocasionar un daño inmediato en las vidas de muchas personas indefensas e indistintas, sino también el de provocar un miedo tal en el conjunto de la población civil que se manifieste en una indefensión y un delirio de persecución frente a los que una bombilla estallando y unas tamboras sonando, dejan de ser solo sonidos para convertirse en potenciales amenazas a la vida.
Los gobiernos y las instituciones democráticas, no pueden actuar de conformidad con esa paranoia colectiva, pero tampoco pueden quedarse impávidos esperando que el tiempo lo cure todo.
En el caso de Europa, ya son varios los eventos deportivos que se cancelan por temor a ataques terroristas y, aunque los gobiernos han intentado ser cuidadosos con su lenguaje, los representantes de la derecha más recalcitrante ya aprovechan los medios para convertir al islam en una religión de asesinos sin remedio y presentar a los musulmanes como fanáticos díscolos potencialmente peligrosos que deberían ser expulsados de todo país occidental o, al menos, del mal llamado “primer mundo”.
Mientras tanto, en Colombia, 27 años después de los hechos violentos ocurridos en Segovia, se puede afirmar que el Estado colombiano ha hecho poco para actuar con justicia y ha sido escaso, aún en la actualidad, para brindar efectivas garantías de no repetición a este poblado que sigue dominado por los grupos ilegales y cada vez más abandonado en cuanto a ofrecer condiciones de bienestar a sus habitantes.
Ante estos dos hechos de violencia, tan dispares y a su vez con puntos de encuentro, conviene que las instituciones democráticas y sus representantes, actúen con premura en la atención de la sociedad civil afectada y procuren la justicia, sin pretensiones revanchistas ni discriminatorias. Bien nos advertía Mahatma Gandhi que los fines nobles no pueden conseguirse sino por medios igual de nobles.
Es por esto que a los ciudadanos, por nuestra parte, nos compete exigir que las instituciones democráticas que representan al Estado, sean actores decisivos en el cumplimiento de la justicia y en el restablecimiento de la confianza y el bienestar de los ciudadanos. Esto es, en síntesis, que la violencia sin sentido nunca sea el motivo para que se ocasione más violencia sin sentido. Porque resulta tan violento actuar desde la venganza y el rencor ciego, como demostrar igual ceguera condenando al olvido a una población victimizada y vulnerable.
Nota de cierre: bienvenido sea el gobernador electo Luis Pérez Gutiérrez y sus refinamientos suntuosos que se financian con presupuesto público. Bienvenida una nueva versión del himno antioqueño que “sea solemne en todos los sentidos” y se ajuste a su gusto… Es definitivo, a los hombres que quieren pasar a la historia de cualquier forma, no les importan las deudas que dejan después de cuatro años en búsqueda de su propia solemnidad.
Columna publicada originalmente el 19 de noviembre de 2015 en el periódico El Mundo de Medellín.