Quiero aprovechar que el concepto de “resistencia civil” se ha puesto de moda por estos días para recordar a algunos de sus exponentes más destacados y evocar las grandes gestas que ha logrado la humanidad a partir de su aplicación.

Viene a mi mente la reconocida conferencia de Henry David Thoreau denominada actualmente “Desobediencia civil”, aunque según el investigador Rafael Herranz Castillo su título original era “Sobre la relación del individuo con el Estado”, publicada un año después en texto con el nombre “Resistencia al gobierno civil”.

En esta exposición, el norteamericano Thoreau explica que la conciencia del hombre es un bien superior a la ley y que “la única obligación que tengo derecho de asumir es la de hacer en todo momento lo que creo correcto”.

Justamente, producto de estas visiones, nacen principios respetados por nuestra constitución como la objeción de conciencia, según la cual un hombre puede desacatar una ley en tanto esté respaldado por motivos éticos o religiosos. La objeción de conciencia –sobre todo utilizada frente al servicio militar obligatorio o la práctica de un aborto– es uno de los grandes logros de las sociedades contemporáneas, pues reconoce el valor de la individualidad, por encima de los acuerdos colectivos que se supone que son las leyes.

Thoreau planteaba: “las leyes injustas existen ¿deberíamos contentarnos con obedecerlas, o bien deberíamos luchar por enmendarlas?, ¿y deberíamos seguir obedeciéndolas hasta que tuviésemos éxito, o bien deberíamos transgredirlas inmediatamente?”.

Estos planteamientos y preguntas fueron referentes para la resistencia no violenta propuesta por Mahatma Gandhi en India. La marcha de la sal, por ejemplo, en la que el pueblo indio desobedeció el monopolio británico sobre la sal, se convirtió en uno de los acontecimientos más importantes del camino hacia la independencia y es uno de los referentes del valor simbólico de la resistencia ante aquello que se considera injusto.

De la influencia de Gandhi bebió Martin Luther King. El líder del movimiento por los derechos civiles, citado por Carmen González Marsal, afirmaba que “hay leyes justas y leyes injustas. Yo estaría de acuerdo con San Agustín en que “una ley injusta no es ley ni es nada” (…) una ley justa es un código creado por el hombre que concuerda con la ley moral o la ley de Dios. Una ley injusta es un código que entra en contradicción con la ley moral”.

Las reflexiones y planteamientos de estos líderes pacifistas contribuyeron al logro de causas loables y significaron la creación de un nuevo modelo de resolución de conflictos. Las causas de estos hombres, autocríticos y en la permanente búsqueda del mejoramiento del ser humano a partir del fortalecimiento de su espíritu, son el referente de miles de causas, quizá no tan mediatizadas, pero sí valiosas para una humanidad urgida de no-violencia.

Nota de cierre: me pregunto si el senador Álvaro Uribe –quien ha convocado a sus seguidores, contrarios a los Diálogos de Paz de La Habana, a “la resistencia civil pacífica, pública, argumentada y persistente” frente a la impunidad–, tendrá esos mismos referentes que expongo en la columna como impulsores de su causa…

Columna publicada originalmente en el periódico El Mundo de Medellín el 19 de mayo de 2016. 

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