María Alejandra Martínez tampoco pudo elegir a sus padres, como ninguno de nosotros. La vida decidió que ella sería la hija de dos combatientes y que crecería rodeada de armas, camuflados, monte y banderas de Colombia con un mapa blanco y, en su interior, dos fusiles cruzados y las letras “FARC – EP”.
Los primeros quince años de su vida los pasó integrando las filas de una de las guerrillas más longevas del mundo hasta que en el 2006 fue capturada. Tenía encima un proceso legal tan complicado como incomprensible a su edad. Para sustraerse de problemas judiciales, optó por desvincularse de las Farc e iniciar el proceso de reintegración liderado por el gobierno de entonces.
“Pasar de ser un combatiente activo a no serlo no es fácil”, me explica María Alejandra. “Además, cuando tú no sabes hacer otra cosa más que eso, es más difícil todavía”…
Tan difícil que hoy en día, cuando está próxima a cumplir los 25 años y aún después de haberse formado en diferentes cursos –ofrecidos como parte del programa de reintegración–, nunca ha tenido un contrato laboral estable. “Nunca he conseguido un empleo que me permita tener una vida digna y todos los días es una supervivencia, ya no desde la selva, sino desde la ciudad”, me dice, hablando con una madurez propia de los retos que ha enfrentado y que sigue enfrentando.
Con un arrojo incontestable –que parece motivado por lo que está sucediendo en el país– y con la ilusión de que la experiencia de transición a la vida civil de otros combatientes sea menos traumática que la suya, María Alejandra Martínez toma la palabra y me confiesa:
«A mí lo que me preocupa (de las entrevistas) es que uno da cierta información y lo valioso nunca queda. Es importante que se diga que el dejar las armas nos compromete también a un cambio, a una transformación; pero también a buscar otras posibilidades.
“Lo que yo siento que está pasando en la ciudad es que la gente cree que merecemos solamente el castigo y no la oportunidad. Y me duele mucho ver eso en la sociedad, en el bus o en la panadería que decían «es que les dan de todo» (a los combatientes que dejan las armas), cuando no es así. Cuando realmente nos tenemos que construir desde todo… desde ceros, porque muchas de las personas que venimos de las filas nunca hemos tenido una vivienda, nunca hemos tenido una oportunidad de empleo, nunca hemos podido acceder a los servicios de salud; o sea, hay tantas carencias que la gente no entiende que vamos a empezar un proceso desde cero; desde saber que tengo que empezar a estudiar cuando nunca he hecho la primaria y ya soy adulto, desde que tengo que empezar a saber dónde voy a vivir, y cómo pagar mi vivienda, cómo conseguir mi comida, cuando nunca he tenido una preparación para eso.
“Entonces, yo creo que hay que hablar mucho de que no es solamente apostarle a la paz entregando las armas y decir: castígueme, cuando nunca he tenido acceso a mis derechos y cuando realmente lo importante acá es construirme como persona para poder aportar eso a la sociedad y no ser más violento, y no transgredir nada y empezar a aportar ¿no? Y a tener mis derechos como cada persona, porque antes de tener un uniforme somos personas. (…) Necesitamos oportunidades y darlas es problema de todos, no solamente del gobierno», culmina.
María Alejandra hace parte del Laboratorio Victus, una iniciativa artística para la memoria liderada por la actriz Alejandra Borrero desde su organización Casa E Social. Ella es consciente de que no puede cambiar su pasado ni sus orígenes, pero que sí es la responsable de su presente. Por eso, concluye: “desde este presente estoy construyendo algo distinto y desde ahí me reconcilio contigo y desde ahí me perdono y te perdono y cambiamos el chip. La paz no está hecha, estamos trabajando por ella, por construirla”.
Sus palabras son una lección y un aporte invaluable de cara al proceso que se avecina…
Columna publicada originalmente en el periódico El Mundo, el 22 de septiembre de 2016.