La calle es dura, pero es mejor que la casa

-Walter, ¿cómo es vivir en la calle?

Maluco. En unos momentos, maluco. Y en otros momentos, bien. De noche es maluco y de día es bien.

-¿Por qué de noche es maluco?

Mucho peligro. Mucha violencia. Mucho atraco. Mucha pelea.

-¿Por qué de día es bien?

Porque hay mucha gente alrededor que le colabora mucho a uno, en muchas cosas.

Como el ave joven que regresa al nido materno, Walter llega casi todos los días a la esquina de Cúcuta con Pichincha, donde su hermano y su madre trabajan. A veces, aperece malencarado sin saludar a nadie, y otras veces, lo acompaña un mejor ánimo y se muestra dispuesto a ayudar en lo que haga falta hacer.

Luis Alexander Martínez, el hermano de Walter, dejó el colegio desde los ocho años porque le gustó más la plata y desde entonces sigue los pasos de su madre con las ventas ambulantes. Hoy en día hace guarapo, una popular bebida para la que utiliza trozos de caña que compra en la minorista y un original trapiche de metal que el mismo creó y que tiene incrustado al piso en plena acera pública. Mil pesos es el valor de cada vaso guarapo que le da el sustento a él, a su esposa y su hija.

A un lado de la máquina de metal, una suerte de exhibidor con rodachines está lleno de ropa interior de hombre y medias unisex de todos los colores y tamaños. Sentada en una silla plástica roja, sin espaldar, desde las nueve de la mañana hasta las siete de la noche, Gloria Elena Jaramillo, la mamá de Luis Alexander y de Walter, espera a los clientes de sus productos. Mientras tanto, su mente viaja al pasado para recordar su versión de una parte de su vida…

Ella recuerda que hace más de veinte años, mientras compartía en el Parque Bolívar con los dos hijos que tenía para entonces, conoció a Juan Manuel Montoya. Se enamoraron y empezaron a vivir juntos.

El 20 de enero de 1993 nació uno de los frutos de esa pareja, quien recibió por nombre Walter Manuel Montoya Jaramillo. El pequeño llegaba al mundo a un hogar de escasos recursos, compuesto por dos vendedores ambulantes que buscaban el sustento en el día a día. Además de la ausencia de dinero, también llegaba a un hogar donde el hombre tenía el derecho de pegarle a la mujer. Gloria Elena Jaramillo se pregunta si vivir en esas condiciones influyó en su forma de ser:

-Él era agresivo, agresivo. Desde chiquito. No sé, dicen que es porque el papá era así, agresivo. Y como él veía al papá que me cascaba a mí, ¿cierto que sí? –mira a Walter buscando su aprobación.

Walter, desde pequeño, peleaba con su hermana Viviana, de casi la misma edad. Según recuerda la mamá, Walter le pegaba a la pequeña hasta que un día ella se cansó y se empezó a defender como podía. Así empezó una guerra de agresión e insultos que en una de sus batallas más cruentas dejó a Walter tirado en la acera, después de caer de un segundo piso. Doña Gloria Elena considera importante este hecho porque pudo desatar alguna consecuencia grave en el cerebro del menor.

Mientras el hogar se descomponía en la violencia, cuenta la mamá de Walter que Juan Manuel Montoya encontró una nueva mujer en su camino y dejó a la familia que había formado. Mientras ella iba a rebuscarse el sustento con las ventas ambulantes, desamparada por el papá, los dos pequeños se quedaban al cuidado de su abuela. La casa era un infierno porque los dos hermanitos no se soportaban.

-Él tenía siete añitos –recuerda doña Gloria Elena– cuando yo lo dentré a estudiar. Yo lo dentré a estudiar y como yo ya me había separado del papá de él, entonces, me botó todo lo del colegio y me dijo, “mamá, es que usted no entiende que yo quiero vivir es con mi papá”[2].

Un día, Gloria Elena se llevó a Walter a las calles del centro para que se viera con su papá. El pequeño Walter, jugando por la calle conocida como La Alhambra, desapareció entre la gente. Ese día nadie dio pistas de él. Fue hasta el día siguiente que alguien le dijo a la mamá que Walter había pasado la noche en Bienestar Familiar de El Volador y que su papá había ido a recogerlo.

Juan Manuel declaró en Bienestar Familiar que Gloria Elena, su ex esposa, no podía hacerse cargo de los dos pequeños. Desde ese momento Walter empezó a dar tumbos entre la casa de una hermana mayor, por parte del papá, y la casa de su padre. El deseo de Walter de vivir con su padre se cumplió a medias. Al menos así se daba por suspendida la guerra con Viviana. Pero la tregua no duró mucho, según la mamá de Walter:

-Una vez, el papá vino a entregármelo por aquí. Y si viera cómo me lo entregó. Lleno de heridas, lleno de unas llagas y la ropa toda vuelta nada. Y sí, ya él cogía la calle como una costumbre.

Y de la mano de la “costumbre de la calle” llegó el sacol. Desde ese momento, Walter ya no paraba en la casa. ¿Para qué si iba a reencontrarse con la misma guerra?

-¿Por qué me iba yo de la casa? Dale el motivo, dale el motivo… increpa Walter

-Dígame cuál es el motivo, cuestiona la mamá.

-Dale el motivo, ¿por qué me iba yo pa’ la calle? ¿Cómo me trataba mi hermana?

-Ah, ellos dos peleaban mucho.

-No, ¿quién empezaba primero?, ¿quién empezaba a decirme que chucha de alcantarillado, que malparido sacolero? (…) ¿Por qué motivo me iba yo? Porque me trataba mal, me decía de todo Viviana. Usted no (señala a su mamá), pero Viviana sí. Otra cosa, ¿a quién le paraba más bolas usted? A Viviana. Todo lo que decía Viviana, a ella le hacía caso. Si yo le decía algo, no me paraba bolas a mí. Todo se lo paraba a ella. “No, que tiene más razón Viviana” ¿y es que no tengo la razón yo, pues? Entonces me voy a dejar tratar mal pues, porque ella me dice chucha de alcantarillado y me tiraba agua sin yo hacerle nada.

-¿Peleaban muy fuerte cuando eran chiquitos?, pregunto.

-Sí, es que usted sabe que en la calle cogen muchas mañas. Imagínese que cuando yo tenía el puesto aquí, a mí me mantenía azotada. Palabras soeces. De todo. Entonces sí, mejor dicho, vea, él cuando era pequeñito le daba a mi hija y ella se dejaba dar de él. Hasta que una vez se hizo respetar, cogió una tabla y a cascalo.

Con el pasar de los años, la ausencia de Walter en la casa paso de ser una tragedia a una costumbre. El temor de que le pasara algo nunca ha desaparecido, pero sí ha menguado. La familia intentó, incluso con la ayuda de varias personas, sacar a Walter de las calles. Se llegó a quedar algunos meses en la casa, pero siempre se iba de nuevo.

Incluso, buscaron ayuda profesional, pero “más se demoraba en llegar al centro de rehabilitación que él en volarse”, cuenta su hermano, Luis Alexander.