En la calle o en el Palacio, todos vamos al baño… y también soñamos

Mientras íbamos en el bus de camino a la casa de su familia, Walter me hablaba sobre su cotidianidad en las calles. Duerme en el día, por lo regular cerca al puesto de su mamá, y en las noches permanece despierto, divagando por Barrio Triste y por otras zonas del centro.

Aunque vive en las calles Walter no pelea con la limpieza. Algunos días va a bañarse a una fundación llamada Jesús Pobre, ubicada en Prado Centro. Allí mismo se lava los dientes. De vez en cuando pide dinero a su hermano o a su mamá para lavar la ropa que tiene. Por lo regular, mantiene una muda de ropa y un par de zapatos en el puesto de trabajo de su mamá.

Con 300 pesos paga el uso de un baño público, por lo regular va al que está ubicado en los bajos de la estación Cisneros del Metro. Allí hace sus necesidades de día, mientras está abierto, porque si le agarran ganas de noche, se va a las inmediaciones del río y defeca en cualquier punto que le dé un mínimo de la privacidad que necesita.

Walter nunca tuvo documento de identidad y ahora, que es mayor de edad, tampoco tiene cédula de ciudadanía. El máximo registro que tiene el Estado de su existencia es el registro civil de nacimiento.

Afortunadamente es un joven que goza de buena salud. Sus dolencias, que a lo sumo son dolores de cabeza o espasmos abdominales, son tratadas con cualquier pastilla que el mismo compra con el dinero que de vez en cuando recibe de su mamá o de su hermano. En caso de no tener centavo, les pide a ellos.

El desayuno, el almuerzo y la comida los compra con el dinero que consigue en las calles o con su hermano, que tiene claro que a Walter no lo va a dejar aguantando hambre. Por ejemplo, por $2.000 almuerza en un lugar conocido como “la calle del pecado”, una sopa con carne. Así como existen restaurantes para que los ejecutivos y trabajadores coman el popular “corrientazo”, los habitantes de calle y las personas de escasos recursos también tienen sus lugares donde por poco dinero pueden conseguir algunos alimentos.

El sacol lo compra en Barrio Triste. Un tarro pequeño lo consigue con cualquier jíbaro en $1.500. En Medellín, la venta de este pegante industrial fue prohibida en ferreterías para prevenir que niños y adolescentes accedieran fácilmente a este producto usado como alucinógeno. Ahora son los ilegales los que lo distribuyen.

En medio de esta vida de sacol y necesidades, Walter también se permite soñar. Aunque una vez mencionó la carpintería como su pasión, la verdad es que él anhela ser actor. Se sueña participando de una película de acción. Siendo el antagonista de una historia con “mucha bala”. Walter sueña con la fama y las cámaras.

Y Walter también se enamora. Mariana es el nombre que no sale de su mente. Su amor por ella empezó una noche en la que la vió llegar con un grupo de personas a repartir chocolates a los habitantes de calle. Además de un chocolate, Walter recibió de ella una carta que él califica “de amor”, y con ella, la ilusión de un noviazgo.

En la carta, Mariana le dejaba su número celular y su teléfono fijo para que pudieran conversar. Pasaron varios días hasta que Walter tomó la iniciativa de llamar. Contestó la mamá… la pretendida no estaba. No se rindió y días después regresó la llamada. Así recuerda la dolorosa conversación:

-Me contestó y me dijo: ¿con quién hablo? Yo le dije hola Mariana, habla con Walter. “Ahh hoooola Walter”. Ella me dice así; entonces yo le digo ¿qué estás haciendo? Entonces ella me dijo “ah, estaba haciendo un peluche”. Entonces le digo yo, entonces le digo yo, Walter se ríe anticipando la tragedia que ya es comedia, entonces le digo yo, ¿para quién era el peluche?, entonces ella me dice “ahhh, para el novio que ya llevo un año con él”. Entonces, me decesionó. Me partió el corazón. Finaliza riéndose de su infortunio amoroso. Me partió el corazón, insiste.

A pesar de la decepción, Walter no deja de pensar en Mariana, porque la recuerda cada vez que tiene oportunidad. Recuerda su historia; narra otra vez la conversación, casi que al pie de la letra, y vuelve a expresar su decepción. Se trata de su primer desencuentro en el camino de conseguir pareja.

Pero antes de conocer a Mariana, Walter ya había tenido otras experiencias con las mujeres. Empezó dándose algunos besos con jovencitas que conocía en la Fundación Jesús Pobre, donde va a asearse. Eso sí, todo ocurría fuera de la fundación, lejos de los educadores que no los podían ver en esos jugueteos amorosos.

Y entonces, aparece otra historia que revela lo enamoradizo que es…

-Por ejemplo, llegó una que estaba repartiendo comida. Me llamó y me dijo: “ey, ¿usted cómo se llama?”, y me miraba con esa carita toda tiernita, y yo le dije: ahh yo me llamo Walter. Ah, y que tiene unos ojos más bonitos, así me dijo jajajaja. La pelada, yo sentí que se enamoró de mí. Yo sentí que la pelada se enamoró de mí.

Sin embargo, con 21 años, Walter asegura que ya ha ido mucho más allá de un beso. Un día conoció a una mujer que llegó a Barrio Triste, llamada Kimberly. Según él, llegó de San Javier, no con el ánimo de consumir, sino con ganas de conocer. Sin embargo, por alguna razón la mujer se quedó sin pasaje y empezó a sentir frío. Walter, como todo un caballero, decidió que el dinero ganado por un día de trabajo con su hermano lo invertiría, no dándole el dinero para su pasaje, sino invitándola a pasar la noche en un hotel.

Empieza la noche romántica:

-Yo estaba con ropa y me acosté y ella se metió al baño. Yo no le quería hacer nada. El amor, ni nada. Entonces ella salió empelota del baño. Entonces, ella me estaba diciendo, “ay, venga Walter, hágame el amor”. Y yo, no, no, vístase, vístase, así le decía yo. Porque yo no quería. ¿Si me está entendiendo?

-¿Y por qué no querías?

-Porque me daba pena.

-¿Te gustaba ella?

-Pero como novia, así normales. Pero no como hacer el amor… Entonces ella me insistió, me insistió y me insistió, entonces ella me decía “quítese la ropa” y entonces yo le dije, no, no, yo la ropa no me la quito. Me insistió, me insistió, entonces ella ahí mismo me quitó la ropa. Hicimos el amor. Y tales. Jajajaja. Ella quedó encantada.

-¿Usaste condón?

-No. Ella es histérica. Histérica (por decir estéril). No podía tener bebé. Entonces, yo le hice el amor y ella me dijo… no, que le hiciera otra vez. Además que ya me la había picha’o, quería que me la pichara otra vez al rato, como a la media hora. Y que otra vez. Como a la hora, otra vez. Y yo no, yo ya estoy cansado… una sola vez y ya. Y así me insistiera le dije que no, no más. Porque uno se cansa… ¿cierto? Y sí. No la volví a ver.

De esa manera Walter vivió el amor furtivo, el sexo inseguro y el abandono de la pasión de una noche. De esa manera, Walter vive su vida; una vida en la calle.