La mano izquierda de Walter poco conoce la luz. Permanece guardada, escondida en la oscuridad de un bolsillo o en la manga larga de un saco o chaqueta. Cuando se toca el tema con él, prefiere quedarse en silencio. No le gusta conversar al respecto. Como para todos los mortales, no le es sencillo hablar de sus debilidades.
-Tenía quince años y él mismo se echó candela, dice Gloria Elena Jaramillo, la mamá de Walter, resumiendo la razón de esconder su mano y, en general, su brazo izquierdo. Ella, continúa:
-Es que está quemadito todo el cuerpo. Porque sí. Él tenía una sobredosis de sacol. Él dice que alguien le dijo que si se quemaba le daba un millón de pesos. O sea que él se quemó. El muchacho se quemó.
-Usted sí me cree las pendejadas mías –replica Walter–; porque yo le dije que el diablo me iba a dar un millón de pesos. Nada, eso era mentiras hombe.
-En todo caso se quemó y en esa parte donde él estaba no había agua, porque si en ese momento de él haberse prendido se hubiera echado agua, no se quema.
Walter no estaba en sus cabales completamente cuando tomó la decisión de quemarse. Eso es definitivo. Pero por elección o por simple intuición, eligió su mano menos hábil para hacerse daño. Tampoco es claro si por recomendación de algún colega o por descarte llegó a esta alternativa que, pensó, le podría ayudar a conseguir dinero.
Como en muchas de las decisiones erróneas, pocas veces se dimensionan las consecuencias. Por ejemplo, por su mente no pasaron los tres meses y medio en el hospital, adolorido, ni tampoco soportar el tratamiento para quemaduras de segundo y tercer grado que no solo le dañaron la piel, sino que también le deformaron la mano completamente.
La mano izquierda, rígida, se mantiene hacia abajo, como si estuviera muerta. En los nudillos, los dedos están girados completamente hacia afuera, lo que le hace imposible empuñar la mano. En la mitad de los dedos, estos vuelven a girar hacia abajo. El único dedo que parece en una posición normal es el pulgar. Su mano, por lo tanto, ya no le sirve para agarrar nada. Ni siquiera las monedas que soñaba conseguir.
Gloria Elena Correa, una de las cristianas que lo conoce desde hace más de cinco años, recuerda que “el día que todos lo vimos, ya quemadito su mano, ese día todos nosotros como Ministerio, lloramos, porque lo encontramos dormido totalmente en esa acera. Y estaba tapadito con un plástico. Una noche de un aguacero impresionante. Entonces, nosotros nos acercamos, lo fuimos a levantar, cuando uno de los compañeritos nos dijo que era que Walter se había prendido con sacol la manito. Le levantamos el saco, miramos, claro. Estaba vendado totalmente. Le tenía unas vendas, unas cremas, y no solamente las manos. Tiene le tórax, él tiene varias partes quemaditas”.
A él esa decisión lo avergüenza. Probablemente, ya ni pida dinero utilizando su mano como herramienta para provocar alguna sensación que se traduzca en dinero. Sin remedio, esconde su error. Lo evita. Ya son seis años padeciéndolo.
